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La Validación Externa: ¿Desde dónde haces lo que haces?

Hombre reflexionando en la cima de una montaña al atardecer, enfrentando pensamientos y emociones

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Durante gran parte de mi vida, busqué la validación externa como si fuera lo más importante, como si el valor de lo que hacía —y de quién era— dependiera de la aprobación de los demás.
Si esa validación no llegaba, sentía que no era lo suficientemente bueno a los ojos del mundo.

Esto surgió desde una creencia limitante, basada en la interpretación subjetiva de mi infancia. Como niños, naturalmente buscamos validación en el exterior. No tenemos aún suficiente conciencia ni autoconcepto para definir quiénes somos. Nuestra percepción del mundo depende de los adultos a nuestro alrededor.

En esa etapa, la validación externa es crucial: la voz de papá, mamá o el entorno familiar es la única que nos confirma si “vamos bien” o no. Y mientras crecemos, seguimos permitiendo que las opiniones de los demás nos definan. Es la forma en la que fuimos formados, y está bien… hasta cierto punto.

Seguimos siendo niños en cuerpos adultos

El problema comienza cuando seguimos creciendo como niños, dependiendo de la validación de figuras de autoridad, amigos o familiares para saber si lo que hacemos “está bien”.
Pero… ¿quién puede decirnos qué hacer mejor que nosotros mismos?

Hay personas que ni siquiera saben cómo vivir su propia vida, pero quieren enseñarnos cómo vivir la nuestra. No es casualidad: es más fácil ver lo que está “mal” en otros que mirarnos a nosotros mismos.
Esta es la gran paradoja de la vida.

Buscamos validación externa pensando que, al tener la aprobación de otros, vamos a cambiar, mejorar o encontrar dirección. Pero el verdadero cambio comienza cuando dejas de vivir para complacer.

Lo viví en carne propia

En mi caso, busqué esa validación porque nunca creí ser suficiente. Ese sentimiento me llevó a completar 10 pruebas Ironman, incluidos 3 Campeonatos Mundiales.
Y aunque suena impresionante, lo hice desde la carencia, no desde la plenitud.

Recuerdo que, hiciera lo que hiciera, mis padres me decían:

“No esperaba menos de ti.”

No está mal. Ellos hicieron lo mejor que pudieron con las herramientas que tenían. Pero yo interpreté esas palabras como un mensaje de que nunca sería suficiente.
Hoy lo entiendo, y agradezco a mis padres profundamente. No los culpo. Comprendí que no es lo que haces lo que te define… es desde dónde lo haces.

¿Desde la carencia o desde la autenticidad?

¿Estás haciendo lo que haces por carencia?
¿O porque realmente lo deseas, lo amas, lo eliges?

¿Estás buscando validación externa para sentirte mejor contigo mismo?
¿O ya te sientes suficiente con quien eres y por eso haces lo que haces?

No está mal querer validación. Lo importante es que no te defina.
Nada ni nadie puede definirte, excepto tu propio concepto de ti mismo.
Y ese concepto evoluciona solo cuando dejas de ser un niño en un cuerpo adulto… y decides dar paso al adulto consciente que ya habita en ti.

Hombre atlético corriendo al amanecer por una calle vacía, simbolizando superación personal y conexión mente-cuerpo

El inicio está en tu niño interior

Habla con tu niño interior.
Pregúntale cómo se siente. Escúchalo. Y desde ahí, comienza a validarte tú.

Hazlo a través de tus acciones diarias. Con el compromiso contigo mismo.
Elige una sola área de tu vida y proyéctala en todas las demás.

En mi caso, fue el deporte de alta resistencia. Aunque empecé desde la validación externa, me regaló disciplina, constancia y resiliencia. Hoy, aplico esas cualidades en todas las áreas de mi vida.

Ya no me defino por la opinión de otros.
He comprendido que todo es un juego de proyecciones y espejos.

El mundo no es como es.
El mundo es como tú eres.

Gracias por leer,
Abrazo,
Andy

Picture of Andy De Sousa

Andy De Sousa

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